Relacionado con este 3° programa de Relajarte, te invitamos a leer esta historia.
Escuchá el programa haciendo click en el link:
http://www.ivoox.com/escucharnos-relajarte-audios-mp3_rf_2479309_1.html
Había una vez un rey, muy poderoso, que reinaba en un país muy lejano. Era un buen rey, pero el monarca tenía un problema, tenía dos personalidades. Algunos días se levantaba exultante, eufórico, feliz, y desde la mañana esos días aparecían maravillosos. Los jardines de su palacio le parecían más bellos, sus sirvientes, por un extraño fenómeno, eran amables. En su desayuno confirmaba que se fabricaban en su reino, las mejores harinas y se cosechaban los mejores frutos.
Esos eran dias en que el rey rebajaba los impuestos, repartía riquezas, concedía favores y legislaba por la paz.
Durante esos días el rey accedía a todos los pedidos de súbditos y amigos.
Sin embargo había otros días. Eran días negros. Desde la mañana se daba cuenta de que hubiera preferido dormir más, pero cuando lo notaba ya era tarde y el sueño lo había abandonado. Por mucho esfuerzo que hacía, no podía comprender por qué sus sirvientes estaban de tan mal humor y ni siquiera lo atendían bien. El sol le molestaba más que la lluvia; la comida estaba tibia y el café demasiado frío, lo que aumentaba su dolor de cabeza. Durante esos días pensaba en los compromisos contraídos en otros tiempos y se asustaba pensando en cómo cumplirlos. Eran los días en que el rey aumentaba los impuestos, incautaba tierras, apresaba a sus opositores. Temeroso por el futuro y el presente, perseguido por los errores del pasado, en esos días legislaba en contra su pueblo y su palabra más usada era No.
Conciente de los problemas que estos cambios de humor le ocasionaban, el rey llamó a todos los sabios, magos y asesores de su reino en una reunión.
"Señores, ustedes conocen mis variaciones de ánimo, todos se han beneficiado de mis euforias y han padecido mis enojos.
Pero el que más padece soy yo mismo, que cada vez deshago lo que hice viéndolo de otra manera, necesito que trabajeis juntos para conseguir el remedio a esto, sea brebaje o lo que fuere. Algo que me impida ser absurdamente optimista y ridiculamente pesimista".
Los sabios pensaron, y en las alquimias y en hierbas no encontraron la respuesta para el rey, por lo que le comunicaron su fracaso. Esa noche el rey lloró...
A la mañana siguiente un sencillo hombre de piel oscura y ropa gastada le pidió audiencia:
-Majestad, de dónde vengo, se habla de sus males y de su dolor. Soy artesano y vengo a traerte el remedio.
Y bajando la cabeza le acercó una cajita de cuero, que el rey sorprendido, abrió, encontrando dentro, un anillo plateado.
-Gracias ¿es un anillo mágico?- le preguntó el rey.
-Por cierto, pero su magia no actúa sólo por llevarlo en tu dedo. Cuando te levantes, deberás leer su inscripción y recordarla cada vez que veas tu anillo...
El rey tomó el anillo y leyó en voz alta:
-Todo esto también pasará...
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Había una vez un rey, muy poderoso, que reinaba en un país muy lejano. Era un buen rey, pero el monarca tenía un problema, tenía dos personalidades. Algunos días se levantaba exultante, eufórico, feliz, y desde la mañana esos días aparecían maravillosos. Los jardines de su palacio le parecían más bellos, sus sirvientes, por un extraño fenómeno, eran amables. En su desayuno confirmaba que se fabricaban en su reino, las mejores harinas y se cosechaban los mejores frutos.
Esos eran dias en que el rey rebajaba los impuestos, repartía riquezas, concedía favores y legislaba por la paz.
Durante esos días el rey accedía a todos los pedidos de súbditos y amigos.
Sin embargo había otros días. Eran días negros. Desde la mañana se daba cuenta de que hubiera preferido dormir más, pero cuando lo notaba ya era tarde y el sueño lo había abandonado. Por mucho esfuerzo que hacía, no podía comprender por qué sus sirvientes estaban de tan mal humor y ni siquiera lo atendían bien. El sol le molestaba más que la lluvia; la comida estaba tibia y el café demasiado frío, lo que aumentaba su dolor de cabeza. Durante esos días pensaba en los compromisos contraídos en otros tiempos y se asustaba pensando en cómo cumplirlos. Eran los días en que el rey aumentaba los impuestos, incautaba tierras, apresaba a sus opositores. Temeroso por el futuro y el presente, perseguido por los errores del pasado, en esos días legislaba en contra su pueblo y su palabra más usada era No.
Conciente de los problemas que estos cambios de humor le ocasionaban, el rey llamó a todos los sabios, magos y asesores de su reino en una reunión.
"Señores, ustedes conocen mis variaciones de ánimo, todos se han beneficiado de mis euforias y han padecido mis enojos.
Pero el que más padece soy yo mismo, que cada vez deshago lo que hice viéndolo de otra manera, necesito que trabajeis juntos para conseguir el remedio a esto, sea brebaje o lo que fuere. Algo que me impida ser absurdamente optimista y ridiculamente pesimista".
Los sabios pensaron, y en las alquimias y en hierbas no encontraron la respuesta para el rey, por lo que le comunicaron su fracaso. Esa noche el rey lloró...
A la mañana siguiente un sencillo hombre de piel oscura y ropa gastada le pidió audiencia:
-Majestad, de dónde vengo, se habla de sus males y de su dolor. Soy artesano y vengo a traerte el remedio.
Y bajando la cabeza le acercó una cajita de cuero, que el rey sorprendido, abrió, encontrando dentro, un anillo plateado.
-Gracias ¿es un anillo mágico?- le preguntó el rey.
-Por cierto, pero su magia no actúa sólo por llevarlo en tu dedo. Cuando te levantes, deberás leer su inscripción y recordarla cada vez que veas tu anillo...
El rey tomó el anillo y leyó en voz alta:
-Todo esto también pasará...
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